Desde finales del siglo XX, la inclusión escolar se ha visto como una forma eficiente de abordar las necesidades educativas especiales desde una mirada de los derechos de los estudiantes. Es decir, el derecho de recibir una educación adecuada a su edad, y de participar de la cultura escolar. Sin embargo, las estrategias de implementación son diversas y difieren no sólo en la práctica, sino en los fundamentos sociales y políticos que los sustentan. En el presente artículo, revisamos la realidad chilena de la educación inclusiva y realizamos una comparación con modelos extranjeros de inclusión. En Chile, el acceso a la educación inclusiva está condicionado por una etiqueta asignada a los estudiantes con necesidades educativas especiales, luego de un proceso de diagnóstico especialista. Así, la educación inclusiva está pensada exclusivamente para estudiantes con necesidades educativas especiales, y por lo tanto es segregadora. Para mejorar las políticas de inclusión, es necesario potenciar la formación inicial docente y considerar la implementación de un sistema que apoye a todos los estudiantes en sus distintas necesidades educativas. Finalmente, es fundamental evaluar la eficacia de los sistemas inclusivos para estudiantes para quienes sus condiciones los sitúan en un contexto cultural distinto, por ejemplo, los estudiantes con discapacidad auditiva.