Los trastornos del espectro autista (TEA) se consideran hoy una conectopatía, es decir, síndromes de origen neurobiológico. La neurotransmisión o las conexiones de las redes de comunicación, habilidades sociales y flexibilidad conductual se ven afectadas, como lo demuestran los estudios neurofisiológicos y de neuroimagen. Los estudios dan una prevalencia de alrededor 0,8-1%. Los profesionales de la pediatría estarán necesariamente implicados en la vida de un niño con TEA. El pronóstico depende no solo del compromiso biológico sino también del tratamiento óptimo. Los especificadores biológicos que marcarán el grado de espectro son: gravedad de los síntomas, nivel cognitivo, afectación del lenguaje, comorbilidades conductuales, etiología neurológica y catatonía. Supervisar un tratamiento óptimo implica un diagnóstico y un tratamiento precoces, con un enfoque que incluye una intervención integral conductual. De esta forma, más del 25% puede lograr una vida independiente, el 50% primaria completa y menos conductas disruptivas en la vida adulta, que les permitan seguir viviendo con sus familias. Describimos una muestra latinoamericana de 100 jóvenes y adultos, seguida durante 2 a 12 años. Con intervención temprana, el 61% completó la escolaridad primaria, el 48% la secundaria y el 18% la educación superior o técnica. El 50% de los adultos adquirió empleo y el 24% tenía o ha tenido una relación de pareja. Es factible con ayuda profesional mejorar la autonomía y la calidad de vida en el autismo.