El asma es una enfermedad inflamatoria crónica que afecta alrededor del 5% de la población mundial y genera unos elevados costes sociosanitarios. Para un manejo adecuado de la enfermedad es necesario un correcto diagnóstico, basado en medidas objetivas de la afectación funcional, así como el control de los síntomas y la valoración del riesgo futuro de exacerbaciones.
Se ha estimado que un 18% de los pacientes asmáticos en Europa occidental tienen asma grave y aproximadamente el 50% de ellos cuentan con un mal control. La gravedad del asma se establece en función de las necesidades mínimas de tratamiento de mantenimiento para alcanzar el control. Las guías de práctica clínica de asma recomiendan clasificar a los pacientes graves en asma alérgica (T2); asma eosinofílica (T2) y asma no T2 con el fin de establecer el tratamiento más adecuado.
En las últimas décadas se han desarrollado nuevas terapias biológicas que pueden aplicarse según el fenotipo y el endotipo del asma, lo que permite hacer un tratamiento selectivo y personalizado. Estos fenotipos y endotipos pueden modificarse a lo largo del tiempo y por ello, la identificación de biomarcadores capaces de predecir la gravedad, el curso de la enfermedad y la respuesta a un determinado tratamiento parece imprescindible. En el asma se han estudiado una gran cantidad de biomarcadores, pero hasta ahora solo algunos pueden usarse fácilmente en la práctica clínica habitual. La aplicación de las tecnologías ómicas (epigenómica, genómica, transcriptómica, proteómica, metabolómica, lipidómica, etc.) que sirvan para este fin, todavía se encuentran en fase de investigación.